domingo, 11 de septiembre de 2011

Trabajar cansa. Cesare Pavese

Atravesar una calle para escapar de casa

lo hace solo un muchacho, pero este hombre que anda

todo el día las calles, ya no es un muchacho

y no huye de casa.

Hay en el verano

tardes en que las plazas se quedan vacías, tendidas

bajo el sol que ya empieza a ponerse, y este hombre que llega

por una avenida de inútiles plantas, se detiene.

¿Vale la pena estar solo para quedarse siempre solo?

Callejear únicamente, las plazas y las calles

están vacías. Es preciso detener a una mujer

y hablarle y decidirle a que viva con uno.

Si no, uno habla solo. Por eso algunas veces

el borracho nocturno comienza a parlotear

y explica los proyectos de toda su vida.

No es cierto que esperando en la plaza desierta

te encuentres con alguno, pero el que anda las calles

a ratos se detiene. Pero si fueran dos,

aun andando las calles, la casa ya estaría

donde aquella mujer, y valdría la pena.

Por la noche la plaza vuelve a quedar desierta

y este hombre que la cruza no ve los edificios

tras las luces inútiles, pues ya no alza los ojos:

sólo ve el empedrado, que hicieron otros hombres

de endurecidas manos, como lo están las suyas.

No es correcto quedarse en la plaza desierta.

Seguro que está en la calle aquella mujer

que, al pedírselo, quiera ayudar en la casa.



Lavorare  stanca

Traversare una strada per scappare di casa
lo fa solo un ragazzo, ma quest’uomo che gira
tutto il giorno le strade, non è più un ragazzo
e non scappa di casa.

Ci sono d’estate
pomeriggi che fino le piazze son vuote, distese
sotto il sole che sta per calare, e quest’uomo, che giunge
per un viale d’inutili piante, si ferma.
Val la pena esser solo, per essere sempre più solo?
Solamente girarle, le piazze e le strade
sono vuote. Bisogna fermare una donna
e parlarle e deciderla a vivere insieme.
Altrimenti, uno parla da solo. È per questo che a volte
c’è lo sbronzo notturno che attacca discorsi
e racconta i progetti di tutta la vita.

Non è certo attendendo nella piazza deserta
che s’incontra qualcuno, ma chi gira le strade
si sofferma ogni tanto. Se fossero in due,
anche andando per strada, la casa sarebbe
dove c’è quella donna e varrebbe la pena.
Nella notte la piazza ritorna deserta
e quest’uomo, che passa, non vede le case
tra le inutili luci, non leva più gli occhi:
sente solo il selciato, che han fatto altri uomini
dalle mani indurite, come sono le sue.
Non è giusto restare sulla piazza deserta.
Ci sarà certamente quella donna per strada
che, pregata, vorrebbe dar mano alla casa.

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